De nada sirve que la famosa cadena de ropa from Galicia to the world ‘Zara’ haya anunciado que ampliará su tallaje hasta la XXL. El debate sobre las tallas y la forma particular que cada marca tiene de aplicarlas jamás llegará al punto y final.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) considera que una talla es grande a partir de la 48. Sin embargo, no todas las tiendas, marcas o cadenas de ropa llegan hasta ese número en sus etiquetas. ¿Por qué? Básicamente porque una compañía no tiene que preocuparse por tu salud o constitución (corporal, no la del 78), solo está interesada en tu dinero.
Pero esta premisa es falsa. O, al menos, no es del todo verdadera. Si una empresa textil solo quisiera vender a cuanta más gente mejor, sería de locos no fabricar ropa para personas con sobrepeso, puesto que las gordas somos como Dios Todopoderoso, estamos por todas partes. Entonces, ¿qué oscuros misterios se esconden detrás de esa fatídica etiqueta a la que acudes desesperada en el probador de una tienda, después de haber intentado, sin éxito, subir la cremallera de ese vestido perfecto, con la esperanza de que esa prenda que tú ahora mismo tienes puesta no sea la talla más grande que esa cadena fabrica y puedas salir de allí con la satisfacción de haber encontrado un vestido adecuado?
Mucha gente, yo la primera, ha salido de compras y ha vuelto a casa con una bajona nivel Raquel Mosquera tras la ventana de un psiquiátrico, solamente porque no había sido capaz de encontrar un vestido/traje (que los hombres no están excluidos de estos dramas cotidianos, pero continuaré en femenino porque cuento la feria según me va en ella, y me va en femenino) que cumpliera tan solo dos requisitos: que me guste y que me quede bien. Tres, si me apuras: que tenga un precio asequible. Y lo peor no será no haber encontrado lo que buscabas, sino todas las respuestas que nos vienen a la mente cuando nos preguntamos: ¿por qué no lo he encontrado? Probablemente la primera respuesta que se nos ocurra sea la más lógica “no he buscado en el lugar adecuado”, pero a partir de ahí solo vamos a pensar en cosas como “es que estoy demasiado gorda”, “es que debería apuntarme al gimnasio”, “es que odio mi cuerpo”. Una simple anécdota como no haberte podido subir la cremallera de un vestido de la talla 44 te ha jodido la tarde, y lejos de enrabietarte con la marca que no quiere fabricar una 46, la pagas contigo misma.
Démosle la vuelta a esta tortilla: también hay mucha gente que ha salido de compras y ha vuelto a casa totalmente satisfecha porque quería un vestido y después de recorrerse tres o cuatro tiendas ha elegido aquel que más le gustaba, mejor le quedaba y más se ajustaba a su presupuesto. Esa mujer se sentirá la más feliz del mundo porque ha seleccionado tres o cuatro vestidos de la talla 38, se los ha probado sin mayor dificultad y se ha decantado por el que mejor combinaba con sus zapatos o la corbata de su marido. El mensaje que su autoestima estará recibiendo no es “¡fenomenal, has cumplido con éxito tu tarea de encontrar un vestido para el evento!”, si no que estará más cerca de “¡voy a estar impresionante y todo el mundo me mirará!”, “¡me encanta mi cuerpazo moreno!”, “¡amo mi vestido, me encanta comprar en esta tienda!”.
Pues eso es, exactamente, lo que venden las grandes marcas. No venden un vestido disponible en la talla 36, 38, 40, 42 y 44. Te venden el subidón que produce haber podido comprarte un vestido en su tienda. Te venden la reafirmación de tu ego ante una sociedad que reconoce esa cazadora amarilla sobre tus hombros y piensa: “¡sí, tú eres de las mías, toma ya, somos las mejores!” Te venden la idea de que tú puedes vestir, y por lo tanto, ser, tan elegante como las modelos de las pasarelas, o las ejecutivas de éxito que van a fiestas en Los Ángeles y salen en los reportajes del ¡Hola! Y nosotros, engañados, confundidos, desorientados, ciudadanos de un mundo que ya no tiene tiempo para pararse a reflexionar, pasamos por el aro hace ya mucho tiempo. De este modo, todos tenemos una marca, cadena o tienda favorita: aquella que nos hace sentir mejor.
Y por rebuscado que pueda pareceros, la asociación es bastante directa. Que tu satisfacción personal esté relacionada, a nivel subconsciente, probablemente, con “caber” en la ropa de una determinada marca es una de las razones de la supervivencia de la gordofobia en nuestra sociedad, “tan avanzada”. Y la gordofobia existirá mientras no seamos capaces de desterrar la idea de que tener un determinado cuerpo te pone en un determinado lugar en la sociedad, y por eso existen tiendas para tallas normales y tiendas para tallas grandes, por separado. No mezclemos gordos con delgados. Lo mismo que pasaba hasta hace apenas unos años en Estados Unidos: que los negros se sentaban en la parte de atrás de los autobuses y los blancos en la de delante. Y todos tan contentos, porque así es como funcionaban las cosas y punto final.
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