Pensar lo zombi

Breve reflexión sobre FILOSOFÍA ZOMBI, de Jorge Fernández Gonzalo

Cualquier producto que lleve asociado el término “zombi”, de primeras, me interesa. Por eso cuando encontré el título Filosofía Zombi (FERNÁNDEZ GONZALO, 2011) entre la antología de ensayos facilitada por mi profesor de Ensayo Español Contemporáneo supe que ese sería el tema sobre el que escribiría mi reflexión.

Como amante del género de terror, especialmente en el ámbito cinematográfico, he asistido a una renovación de los infectados (zombis del siglo XXI) que, en mi opinión, lejos de revivir el mito, nos ha saturado con un incremento repentino de “lo zombi” en un periodo de tiempo realmente corto. Especialmente en el año 2013, cuando la cartelera se vio especialmente invadida por muertos vivientes que hacían ya de todo, desde asediar el planeta (por supuesto, es lo menos que se espera de un muerto viviente), hasta enamorarse.

Fue entonces cuando mi preocupación porque esta explotación del zombi fuera algo más que un simple revival empezó a formarse, y así comenzó mi investigación, a nivel muy amateur y a título muy personal, sobre el significado que se escondía detrás de tan reconocida figura cinematográfica.

Si por algo me gusta el género de terror es porque (el buen) terror siempre propone una interesante reflexión sobre la condición humana. La buena película de terror no es solo la que asusta. El verdadero amante del terror sabe que detrás de toda obra maestra del género hay material para cuestionarnos como individuos, como sociedad y como especie, si se quiere.

Hay muchas subdivisiones dentro del terror, y mi debilidad son los monstruos clásicos. Todos los monstruos han sido reflejo directo del miedo de la sociedad que los vio nacer, con una base común de miedo a lo desconocido, a lo que es diferente, a lo extranjero, y el zombi no podía ser menos. Gracias a mis reflexiones personales pude empezar a esclarecer las razones de la existencia del zombi, pero ha sido cuando he abierto el libro Filosofía Zombi que mis ideas inconexas han empezado a ordenarse y a encontrar un sentido.

Uno de los grandes aciertos de esta obra de Fernández Gonzalo, finalista, por cierto, al Premio Anagrama de Ensayo, es haber escogido como hilo argumental la evolución del zombi en las películas de George A. Romero, padre indiscutible, aunque putativo, de la criatura. De este modo, se estructura el pensamiento del autor desde lo más sencillo (el primer zombi de la película La noche de los muertos vivientes, de 1968) a lo más complejo (el zombi de los remakes más recientes).

Partiendo de una simple definición del zombi, “zombi es esa extraña palabra para lo que no tiene nexo, identidad, fisionomía, cuerpo” (2011, 18) y justificando por qué el concepto zombi debe tener una filosofía adherida a su (in)existencia, nos adentramos en un verdadero ensayo de horror (entiéndase este uso de horror como relativo al género) que reflexiona sobre el ser humano posmoderno, muerto viviente aferrado a una vida vacía, programada, que es apenas consciente de su infección.

Es decir, las películas de zombis no son sino películas sobre nosotros mismos, sobre el hombre luchando contra el hombre, sobre el hombre que se siente amenazado por su semejante. Los que nos descomponemos somos nosotros, y, por supuesto, eso nos aterra. Todavía no estamos preparados para afrontar esta situación, por eso, y por ahora, el zombi es el otro, aunque seamos nosotros quienes nos volvamos inhumanos cuando nos sentimos rodeados de monstruos que nos quieren devorar.

Si aceptamos que el zombi no es más que un no-muerto que se pasea por ahí en busca de cerebros que llevarse a la boca porque ha perdido el suyo, la filosofía zombi no tendría ningún sentido, puesto que el zombi no piensa, solo actúa. Pero si comprendemos que el zombi no es sino un reflejo de nosotros mismos, y nosotros sí que somos seres pensantes, entonces la filosofía zombi tiene un hueco en el pensamiento contemporáneo.

Además de ser “nosotros mismos”, el zombi también es una metáfora de lo que nosotros, como humanidad, hemos creado. La epidemia zombi funciona, así, como la epidemia del capitalismo, al querer infectar todo y arrasar con todo. El movimiento de la posmodernidad, hábitat ideal del zombi, está irremediablemente ligado al capitalismo, sistema social que nos ha ido convirtiendo en muertos vivientes y que, en lo más profundo de nuestro ser, nos aterra. Aunque estamos ya tan zombificados que no podemos siquiera rebelarnos, quizás porque, al igual que el zombi busca desesperadamente la carne que le permita seguir no-viviendo, nosotros estamos demasiado cómodos en este sistema como para despertar:

El zombi representa […] la brutalidad de la estructura económica que consiste en un capitalismo dionisiaco, de bienes de consumo inútiles, tecnología de ocio regulada y espacios hipercodificados. (página 48)

¿Cuál es, entonces, la filosofía zombi? El zombie representa una transgresión, propone un cambio. El zombi es la falta total de esperanza (una epidemia que no tiene cura) y una esperanza a la vez (necesitamos un apocalipsis para volver a la vida, si aceptamos que ahora mismo estamos semivivos). El zombi sería entonces, no aquello que está muerto y no tiene ya salvación posible sino la chispa que nos hará cambiar a todos los que aún no hemos muerto físicamente.

¿Tememos el cambio? Por supuesto. Como animales que somos, fruto de una larga evolución, conservamos aún un cerebro reptiliano que sigue haciendo que nos sentamos más seguros en un entorno cotidiano. “Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”, dice la sabiduría popular. ¿Más vale ser un zombi inconsciente que tomar conciencia de nuestra situación y levantarse para cambiarla? Porque el cambio nos aterra. Porque nos lleva hacia lo desconocido, hacia algo que sabemos que no deja de ser “nosotros” pero completamente transformado, como el zombi.

El zombi nos deconstruye, física y mentalmente. Nos muestra nuestras vísceras, nuestro interior, nos obliga a abandonar todo lo material para dar un paso más allá y empezar a ser nosotros mismos, y ese es el mayor temor de la sociedad capitalista: tanto de los que formamos parte de ella y nos negamos a aceptar la realidad, como de los que la dirigen y nos tienen –y por extensión, se tienen a ellos mismos- zombificados.

 

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