Hasta hace (muy) poco tiempo mi mayor complejo físico era mi mollita potorrera. Si soy gorda de cara, de culo, de brazos, de tripa… ¿cómo no iba a ser también gorda de coño? Fisiológicamente es esperable acumular grasa en el pubis, pero psicológicamente a mi me hundía en la mierda más grande saber que cada vez que me pusiera un pantalón vaquero mi entrepierna iba a acaparar toda la atención, o al menos la mía, que para eso era la única parte de mi cuerpo que me acomplejaba realmente.
No me resultó demasiado complicado superar mi complejo de gorda. Sí lo tuve, por supuesto, porque cuando una amplia gama de emisores no paran de repetirte durante toda tu vida que lo gordo es malo, sin querer algo se te queda. Pero con los años fui capaz de llegar a la conclusión de que, puestos a estar gorda, podía tomármelo de dos maneras: rendirme ante los demás o recobrar el poder que nunca debí darles.
Reconquistarse a una misma es un trabajo de cojones. Todo depende de lo perdida que estés, y yo no sé cuánto llegué a estarlo, pero tuve que ponerlo todo de mi parte para volver a adueñarme de mí misma y dejar de ser de los demás. Teniendo esto claro, en muy poco tiempo pasé de excusarme (¿y quizás también disculparme?) por mi cuerpo, y por extensión, obviamente, todo mi “yo”, a vivir cómodamente conmigo misma.
Mi última batalla fue la de mi mollita potorrera. Estando desnuda, o con determinado tipo de prendas, como los bañadores, mi coño no era un problema. De hecho, mi coño siempre ha sido una bendición, ¿cómo va a ser un coño un problema? Pero en cuanto me lo apretaba en unos pantalones… plaf, se me metía bien adentro la costura de lo que llaman “el tiro”, dejando caer a ambos lados dos montoncitos de carne que, como diría el más tonto, hablaban por sí solos.
Siempre traté de ocultarlo, siempre elegía camisetas y jerséis un poquito anchos y un poquito largos, para que cayeran y tapasen lo único que nunca me atreví a enseñar. Pero mi instinto me decía que si tanta serenidad había encontrado aceptando mi cuerpo tal y como era, no podía esconder por más tiempo ese terreno vedado.
Y yo me dije a mí misma: si tanto interés ha tenido el mundo en recordarme a diario lo gorda que estaba, lo rara, lo diferente, lo nociva, lo guarra, lo perezosa, lo insatisfecha, lo confusa, lo dejada, lo enferma, lo débil, lo graciosa, lo asquerosa, lo amargada, lo guapa de cara, lo sedentaria, lo tragona, lo patosa, lo descontrolada, lo insegura, lo negativa, lo insuficiente que era, por qué seguir ocultándole que, además, tengo el coño gordo.
Me puse unos pantalones vaqueros, bien apretados. Me planté frente al espejo y me hice una foto de tetas para abajo. Luego la edité para recortar la imagen y dejar justo en el centro a mi mollita potorrera. Que acaparase bien la atención. La subí a Instagram con algún comentario graciosete, consciente de que cuando eres capaz de reírte de ti misma el complejo se ha disipado, y salí a la calle luciendo entrepierna con total normalidad.
Unas horas más tarde (no muchas, todo ocurrió en el mismo día) Instagram me notificaba que mi cuenta se hallaba suspendida por infringir las normas de esta red social, y que debía aceptar no sé qué cosas para que todo volviera a la normalidad. Acepté y mi cuenta de Instagram reapareció. Pero sin fotografía de mollita potorrera.
Instagram había censurado una foto de mi cuerpo vestido. No se veía ni un solo centímetro de piel. Solo unos vaqueros que deformaban con sus costuras la forma de mi coño. Coño que no se veía ni apenas se intuía, que los vaqueros no dejan de ser de tela fuerte. Sin embargo, alguien había pensado exactamente lo mismo que yo pensaba tan solo unos días antes de hacer esa foto: qué desagradable, no tienes por qué enseñar eso, no tenemos por qué ver eso. Ese alguien consideró que mi foto era ofensiva y me denunció, haciendo que mi cuenta estuviera inactiva durante unas horas. ¿Por haber enseñado unos vaqueros?
Por estar gorda. Evidentemente, le pedí a una amiga delgada que me ayudase con un experimento. Que se hiciera una foto muy parecida a la mía y la colgase en su cuenta. Lo hizo. Sesenta y siete likes en una tarde. Unos meses después, ahí sigue la foto colgada en su cuenta, que jamás ha sido suspendida.
Todo esto me llevó a pensar en algo: ¿de qué me sirvió a mí todo el trabajo que tuve que hacer para aceptarme? ¿De qué sirve liberarse de los complejos cuando se sigue censurando el cuerpo gordo públicamente? ¿De qué sirve luchar si la batalla ya está perdida de antemano? Sirve de todo.
En el momento en que tú superas tu propia gordofobia ya has vencido. En el momento que comprendes que el físico no define a la persona y que no tiene sentido basar la valía de alguien por la forma, tamaño o color de su cuerpo ya lo has conseguido. Cada vez que te expones tal y como eres demuestras que tú no tienes ningún problema. Cada vez que eres censurada comprendes que el problema lo tienen los demás. Por lo tanto, que se busquen ellos la vida, que yo ya me la he encontrado.
marzo 31, 2017
Muy grande. Muchas gracias Perra por poner con palabras lo que sentimos muchos/as.
abril 1, 2017
chica tienes un atractivo especial y no sé que es pero me gusta…. ni te conozco pero lo que has escrito en este post me gusta….
abril 1, 2017
Oleeeee tu y tu potorro marcaoooooo!!!
abril 1, 2017
Fantástico guapisima
abril 2, 2017
Bravo!!¡ Eres divina!!
abril 4, 2017
Gracias por dar voz a muchas personas que sienten o han sentido lo mismo que tú. Y gracias por mostrarle al mundo que estar gordo no es un defecto ni una desgracia. ¡Eres genial!
abril 25, 2017
Fan de la mollita potorrera 🙂 Y más aún de quien la luce
septiembre 24, 2017
Ole tu chocho moreno!
mayo 28, 2021
Ole y yo soy Puta y mi coño lo disfruta,
mayo 28, 2021
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